Historia del Rol

Cuando Laurent está a punto de alimentarse de Bella en el prado, con la excusa de hacerlo por su bien, algo ocurre. Laurent enseguida los huele. Vampiros. Habían más vampiros en las cercanías. ¿Tal vez eran los Cullen? Asustado, sabiendo que, de ser visto con la humana tras estar a punto de beber su sangre, los vegetarianos acabarían con su vida; se dispone a salir huyendo. Pero no puede realizar su huída cuando se percata de que estos vampiros no son vegetarianos. No les ha visto nunca. Bella alcanza a ver uno de ellos, hermoso, como todos los de su raza; pero no se detiene más. Y aprovecha a marcharse de allí lo más rápido que puede, pues Laurent parecía haberse olvidado de su presencia por completo.
Tres. Tres vampiros aparecen en el prado en ese momento. Tres vampiros… antiguos. Tres vampiros que, junto a Laurent, de pronto se ven sumidos en una batalla campal cuando entra en escena una manada de licántropos metamorfos. Uno de ellos, Jacob Black, se queda de piedra al contemplar a uno de los cuatro vampiros. No podía ser, no podía ser cierto. Bella. Uno de los vampiros era Bella.
Los tres vampiros antiguos lograron escapar sanos y salvos de la batalla; Laurent, no. Los lobos regresaron a la reserva, y Jacob enseguida se encontró con el corazón en un puño, pues aquella muchacha dulce y madura de la que estaba enamorado había desaparecido. Bella, finalmente, era una de ellos. Una vampiresa.


Días después de lo ocurrido, Isabella se cansó de que Jacob dejara de responder a sus llamadas. ¿Por qué ahora que volvía a sentirse algo más feliz, ahora que comenzaba a ver algo de luz al final de aquel túnel, su salvavidas se decidía a desaparecer? Bella cogió su chevy y, decidida, marchó a La Push a pedir explicaciones. Jacob y Bella vuelven a cruzarse, y Jacob se da cuenta de que algo, de repente, no encaja. Bella continuaba siendo humana, la misma humana que conocía. ¿Cómo era posible? Aseguraría que la vio allí, en el prado, junto a los demás vampiros. ¿Acaso se lo había imaginado? Ninguno de los lobos llegó a verla, tan solo a través de los recuerdos del joven Black. No obstante, todos conocían la leve obsesión que este sentía por la hija de Charlie Swan, por lo que todos coincidían en que tan solo debió de ser una alucinación. Con todo, Jake decidió contárselo todo a Bella: desde lo que eran realmente, hasta la batalla que se desencadenó en el prado, y que una de las vampiresas era idéntica a ella. Bella escuchó con atención a su amigo aunque, al igual que el resto de quileutes, dedujo que solo debió de imaginárselo. Incluso el mismo Jake se planteó tal posibilidad, y decidieron ignorarlo.

Los meses pasaron. Ahora que Bella conocía el secreto de Jake, ya no había barreras que pudieran separarle de su mejor amigo. Los licántropos se mantuvieron alerta las 24 horas del día, sabedores de que la vampiresa pelirroja, Victoria, andaba detrás de ella. Hasta que un día, a Bella se le pasara por la cabeza practicar salto de acantilado estando sola. Alice Cullen llegaría a Forks horas más tarde.
Isabella jamás creyó que volvería a verla. Trató de asimilarlo, y le contó a Alice todo lo que había ocurrido durante aquellos meses, inclusive lo sucedido en el prado. Bella le contó a los extraños vampiros que vio aparecer, y le describió a uno de ellos, al único en quien se fijó. También le comentó que Jacob creyó haber visto a una vampiresa idéntica a ella, pero la vidente hizo más caso al primer detalle. Las descripciones de Bella no eran demasiado concisas ni seguras, pero le hicieron recordar a un vampiro que había llegado a ser más que importante para ella. ¿Pudiera ser? No, lo más probable es que no.

Alice recibió la trágica visión de Edward acudiendo ante los Vulturis para lograr su muerte. Alice y Bella actuaron con rapidez y marcharon a Volterra; ni siquiera Jacob fue capaz de detenerlas. Ya allí, Bella echó a correr lo más rápido que pudo a través de aquella plaza asestada de gente, con el único propósito de salvarle la vida a aquel por quien lo habría dado todo. Y finalmente, lo consiguió. Edward no terminó de exponerse a la luz del sol como había planeado. Pero todavía no estaban a salvo. No, aún no. Alice, Edward y Bella fueron llevados ante Aro, Marcus y Caius. Edward había estado a punto de suponer un problema para ellos, y nadie que osase ponerles a prueba vivía para contarlo. No obstante, los hermanos Cullen gozaban de dones extraordinarios que serían de gran utilidad para ellos. ¿Y Bella? La humana resultaba aún más interesante, Ningún vampiro, ni siquiera la maléfica Jane o él mismo, podían acceder a su mente. Realmente fascinante. Sin duda alguna, ella debía ser convertida, y los tres habrían de entrar a la guardia.
Pero Alice se adelantó a Aro. Había algo que todavía podía convencer a los reyes, dejarlos en libertad. Alice les confesó que los griegos habían vuelto a dejarse ver. Bella no entendió de qué estaba hablando, pero Aro sí. Y este no tardó en alarmarse. Alice le comentó que la misma Bella había llegado a fijarse en uno de ellos, Eneas. Aro escuchó con atención a la vampiresa, aunque no pudo dejar de dudar. Después de todo, los humanos son fáciles de confundir y asustar, y no podía acceder a su mente para observarlo él mismo. Alice decidió recurrir a la única alternativa que le quedaba: prometió a Aro que, si estos habían decidido regresar, ella misma les ayudaría a defenderse de ellos. Aro escuchó atentamente aquella propuesta, y accedió. Si aquella era una alternativa que acercaba la posibilidad de tener a la Cullen en sus filas, no la rechazaría.

Con el regreso de la familia Cullen al completo, la situación en Forks comenzó a complicarse. Por un lado, el regreso de Edward rompió la amistad entre Bella y Jacob. Jake, dolido, entendió la actuación de Bella hacia Edward como un fuerte rechazo hacia él mismo, y decidió dejar de acercarse a ella. Bella fue incapaz de ignorarle, después de todo, fue la única luz de su noche más oscura. Habló con él largo y tendido y, finalmente, logró el perdón de su mejor amigo.
Por otro lado, se encontraron Jasper y Alice. Este estaba más que en desacuerdo con el pacto que su compañera había hecho con los Vulturis, pero ya no había marcha atrás. La decisión estaba tomada. Esto provocó graves discusiones en la pareja, provocadas básicamente por la impotencia de ambos al saber que, si los Greece habían vuelto, ella tendría que marchar a la guardia, y él no podría hacer nada para evitarlo. Lo único que les quedaba esperar era que, a pesar de coincidir con la descripción, el vampiro que vio Bella en el prado no fuera Eneas.


La situación en Volterra tampoco dejaba nada que envidiar. A pesar de que ahora los reyes sabían que pueden contar con el maravilloso don de Alice Cullen en sus filas, las preocupaciones no tardaron en hacerse esperar. Una noche, se presentó una extraña criatura en el castillo. Tan hermosa y fuerte como un vampiro, pero con un corazón repiqueteante. Se hacía llamar Ryanne. Realizó una reverencia ante Aro y, a continuación, el confesó que era hija de Galianna y suya. Sí, Galianna. La misma Galianna que, siglos atrás, concibió a dos hermosos gemelos a los que decidió llamar Jane y Alec.
El sucio secreto de Aro salió a la luz. Pocos días antes de rescatar a los pequeños de morir entre las llamas, Aro conoció a la misma madre de estos. Mantuvieron una relación en secreto a espaldas de su mujer, Sulpicia. Una relación que terminaría el día en el que aquel pequeño pueblo muriera entre las llamas. Aro dio a la mujer por muerta. Lo que nunca supo, es que Galianna marchó del pueblo antes del incendio del mismo. Y qué sorpresa se llevaría al darse de que un fruto crecía en su vientre. Un extraño y fuerte fruto, demasiado para que su débil estructura humana pudiera soportarlo.
El ambiente del castillo comenzó a tambalearse. Por un lado, Marcus y Caius comenzaron a no poder contemplar a su señor con los mismos ojos y el mismo respeto. Además, Sulpicia fue incapaz de ignorar la infidelidad, por lo que decidió pedirle tiempo al rey.
Ryanne, no obstante, fue reconocida como hija de Aro. Hija bastarda, es verdad, pero hija al fin y al cabo. Y Ryanne se tomó aquella idea al pie de la letra. Se convirtió en la caprichosa y metomentodo princesita Vulturi, una princesita a la que había que atender y respetar. Jane fue la primera en negarse a rendir pleitesía a una aberración híbrida como lo era aquella bastarda, pero sus negaciones y su arrogancia terminarían el día en el que Ryanne se enterara de… ciertos detalles que podían poder en peligro a la peligrosa Vulturi. Y es que el corazón de Jane, el frívolo corazón de Jane, estaba de pronto dividido en dos. Por un lado, una atracción impensable. El licántropo más joven de La Push se había imprimado de la vampiresa. La imprimación supone un nivel de compromiso y adoración difícil de ignorar. Y, por otro lado, un amor aún más impensable. Un amor fraternal que se había transformado en algo más… Un amor hacia su propio hermano, Alec. Jane se veía incapaz de aceptar a ninguno y, al mismo tiempo, no deseaba perderlos. Pero entonces, Ryanne se enteró de todo y convirtió a Jane en su juguetito personal, asegurándola que, si no hacía todo lo que Ryanne le encomendase, Aro se enteraría accidentalmente de todo. Y Jane se ve obligada a bajar la cabeza y cumplir hasta la más mínima órden de Ryanne, convirtiendo su orgullo en polvo. La fría Jane ya planea su venganza, una venganza, no obstante, que tardaría en llegar. Ni siquiera la misma Jane sabe cuánto tiempo podrá contenerse de acabar con la híbrida.


Y mientras, algo se mueve en Grecia. Un clan que ha permanecido siglos escondido, vuelve a salir a la luz. Los Greece. Un clan de seis vampiros milenarios y antiguos, llenos de experiencia y ansias de poder. Buscan el trono de los Vulturis desde hace siglos, pero se han visto obligados a esperar. Esperar a tener una oportunidad tan brillante como aquella. Son conscientes de la inestabilidad actual del clan italiano, y aún más consciente de la mayor debilidad de su líder: los vampiros con dones. Especialmente, los Cullen. Una de los Greece, concretamente Audrey, poseía un parecido insultante con la humana protegida del clan; tal vez la joven Swan era una descendiente de esta. Además, el interesante don de Audrey podría ayudarles de más. Audrey posee un camuflaje que le permite ocultar su apariencia vampírica si así lo desea: sus ojos se vuelven color marrón chocolate, su piel se vuelve cálida y deja de brillar, e incluso su corazón late. Un detalle clave para su plan. Los griegos marchan a Forks y Audrey enseguida comienza a crear el caos entre los Cullen… al hacerse pasar por la misma Bella. Los Cullen no logran diferenciar a Isabella y a Audrey, pues aún ignoran de la existencia de la vampiresa. El plan e los griegos era acabar con la humana, y que Audrey sustituyera a esta para lograr convencer al clan de que trabajase con los griegos. Así de seguro lograban alcanzar el poder.

Pero algo consigue distraer la atención de Audrey. O, mejor dicho, alguien. El licántropo Jacob Black. Este y la vampiresa vuelven a cruzarse una noche en los bosques. Audrey, con su don desactivado, se muestra tal y como es. ¡Jacob no se había vuelto loco! Había una vampiresa idéntica a Bella. Una vampiresa que no termina de dejar claras sus intenciones. Una vampiresa con la que se encuentra una, dos, tres veces sin que nadie los vea. Una vampiresa por la que, de pronto, empieza a sentir algo. Aquella aura de misterio que la rodeaba resultaba irresistible. ¿Y Audrey? Audrey no sabe lo que quiere. Sabe que busca lo mejor para el clan, lo que llevan siglos buscando. Pero entonces aparece ante ella aquel muchacho que, aunque no oliera demasiado bien, consigue cautivarla con su sonrisa burlona. Jacob no ha llegado a decirle a los Cullen que hay suelta una vampiresa idéntica a Bella, porque no ha tenido la oportunidad. Pero comienza a dudar de cuál será la actitud de los vegetarianos al enterarse de ello. Duda de si es lo mejor para la vampiresa. Esta, por descontado, le pide que no lo haga y Jacob accede. Audrey le asegura que es por su bien, que los Cullen no pueden saber de su existencia por el momento, ni mucho menos Bella. Y Jacob la cree sin dudar. A Audrey no le agradó mentirle, pero sabía que no tenía otra opción...

¿Y qué hay de los demás griegos? Eneas, aquel que Bella había contemplado en los bosques de Forks, lleva siglos amando a la dulce Alice Cullen. Esta nunca llegó a dejarle claros sus sentimientos, aunque estaba seguro de que algo... algo había. Alice sabe que quiere a Jasper, pero ¿qué siente por Eneas' Nunca lo ha sabido. Replantearse su regreso comienza a ser algo que empieza a ponerla de los nervios. Eneas sabe que Alice es la compañera de Jasper, pero eso no significa que vaya a detenerse.
Por otro lado, se encuentra Evander. Este se ha cruzado una sola vez con una licántropo bastante irritante que decía llamarse Leah. Tienen apenas una conversación en la cual él la chinchaba y ella se ponía a rabiar. Algo que Evander encuentra adorable.
Para más distracciones, se encuentran Nestor y Circe. Llevan siglos con un constante tira y afloja, discusiones, noches desenfrenadas bajo almidonadas sábanas, pero nunca nada serio o concreto. Entonces Nestor se percata de la existencia de una humana idéntica a Audrey, por la que empieza a obsesionarse. Una obsesión que no le pasa desapercibida a Circe, quien moverá cielo y tierra para recuperar lo que es suyo. No está dispuesta a deshacerse de aquella fantástica distracción... Después de todo, estar con él le ayuda a sobrellevar la tensa situación que comparte con su conversor, Altaír.

Según pasan los días, la situación en Forks comienza a estabilizarse, hasta que, de nuevo, algo ocurre. Victoria se encuentra a Audrey y, pensando que se trata de Bella, intenta matarla. La respuesta de los Greece es acabar con ella. Cullen y licántropos se encontraron su cadáver. Aquel fue el primer indicio que apuntaba a que ya no estaban solos en aquel pequeño pueblo. Solo Jacob sabía quiénes eran, y no está seguro de por cuánto tiempo podrá seguir ocultándolo.