Hola, "Bella" {Audrey Greece}

Dobla la ropa. Se siente casi estúpida de hacerlo a la velocidad normal de una humana. Siente su corazón latir y ve sus propias manos del color de la tez humana. Claras sí, pero no heladas. Puede sentir el aire golpear en su cabello y deja la ventan abierta mientras baja las escaleras para observar a ese especímen estraño al que deberá empezar a llamar Papá. Sonríe imitando a casi a la perfección las pocas dotes de expresión de su réplica Isabella y se sienta en el sofá junto a Charlie. Jefe de policía de entrada edad que se encarga de "cuidar" a su hija en Forks, ajeno al mundo en el que Isabella se encuentra metida de lleno. Nisiquiera distingue a su pequeña de la antigua y casi antidiluviana vampira que trata de pasar un buen rato con él. Hacer de Bella también tiene sus parte buena, considera a Charlie un humano la mar de divertido. Lo ve solo, casi abandonado y no puede evitar sentir en ella el cariño que recibe su Isabella de su parte. Es afortunada de tener un padre así. No puede sino recordar al suyo propio. Aquel viejo hombre consentidor que falleció poco después de su boda, cuando solo contaba con diecisiete años y su primer hijo, Apolo que acababa de nacer.

El partido termina e Isabella, o Audrey, ya no sabe muy bien como debe llamarse a sí misma, rescata el mando de la televisión de las manos de un Charlie que descansa sobre el sofá. Sonríe. Sigue siendo casi entrañable. Recoge el comedor y siente sobre el piso superior un golpe. Su sonrisa se desvanece, va a tener que enfrentarse a la realidad. Inspira y controla sus pensamientos. Recoge los últimos platos y los deja caer en el fregadero. Empieza a preguntarse a sí misma si es capaz de convertirse en Isabella y lo que es más importante. Si quiere abandonar su rutina para suplantar a una humana que vuelve loca a pueblo y medio.

El golpeteo de sus propios pies contra las escaleras enmoquetadas se pega a sus oídos mientras sube las escaleras con lentitud. Usando su don no puede permitirse la velocidad vampírica, pero se le hace extraño caminar tan despacio. Toma el pomo de su habitación entre las manos y lo hace temblar entre sus manos. Puede ver a Isabella tratando de adivinar quien és y encuentra como empezar a hablar con Cullen. Deja que la puerta se abra delante suyo y casi ignora su presencia hasta cerrarla. Ella le ha oído pero Bella no lo habría hecho. Enciende la luz y es entonces cuando puede verlo, de pie frente a ella. Deja escapar en un suspiro su nombre - Edward- le fascina a sí misma la infinita semejanza entre las voces. Se queda en el sitio con una pequeña sonrisa mientras se muerde el labio inferior. Ha visto a Bella hacerlo varias veces. Canaliza sus pensamientos en una sola cosa: Él. No piensa en lo demas por que eso puede ponerla en peligro.

Es extraño, pues puede sentir la adoración y entregación completa hacia la que cree que es Isabella por parte del vampiro de los ojos dorados. Audrey se siente desfallecer. Esos ojos dorados -que si alguna vez significaron para ella la vergüenza hacia su raza- la miran de una manera increíble. Están llenos de sentimiento, tanto, que incluso llegan a encandilarla en los segundos en los que aguanta su mirada. . Audrey está a punto de perder el rumbo de sus pensamientos cuando inspira y parpadea para agachar la mirada y mirarse las manos.No es a ella a quien mira, es a Isabella, su pequeña réplica. Ella está ahí para suplantarla pero en ese mismo momento se le hace la tarea más tediosa que haya tenido que llevar a cabo. ¡Qué le partan las piernas y la echen a la hoguera cual bruja si lo que ha visto en los ojos de Edward Cullen no es el alma entregándose a merced de la de su amante! Por que ella si lo cree.

Juguetea con sus manos. No necesita mucho para recordar que su cita forma parte de Romeo y Julieta, cuando este primero la ve y se enamora de ella en un solo mirar en aquella lujosa fiesta tan parecida a otras en las que ella misma había estado. Vacila en contestar. No necesita recordar demasiado para extraer una cita adecuada, pero no sabe si Isabella conoce el libro tan bien como ella. Lo duda. Ella ha tenido bastantes noches de insomnio para releerlo. Y tendrá muchas más. Sin levantar su mirada cita a Julieta: -Dadme a mi Romeo, y cuando muera lleváoslo y divididlo en pequeñas estrellas. El rostro del cielo se tornará tan bello que el mundo entero se enamorará de la noche y dejará de adorar al estridente sol.- La cita es apropiada, o eso es lo que cree Audrey. Conoce suficientemente bien a los extremos a los que llegó Bellita por su querido Cullen y no vacilaría un solo segundo en comparar, cual poeta renacentista, a su amor con la magnificencia de esa roca blanca celestial que a inspirado a tantos muchos otros. Deja escapar el aire entre sus labios. Es un suspiro. Un suspiro acompañado de una sonrisa. Levanta la mirada. Busca la de él cuando puede observar su rostro. Adquiere también el mismo semblante que él.

Abre los ojos y se apoya hacia adelante, buscando un vestigio en su mirada que le haga una pequeña señal y la alerte de lo que ocurre. Siente clavados en su mente esos dos ojos dorados y se queda casi petrificada. ¿Ha descuidado algún pensamiento? No. No lo ha hecho. Sigue controlándolos al máximo. ¿Qué...? ¿Qué le ocurre? -empieza a plantearse. Sólo puede hacer que mirarse a sí misma.¿Ha hecho algo mal? - E-Edward ¿Qué..? - sujeta su brazo con delicadeza. Quizá es mas acertado decir que deja reposar su mano sobre su brazo para intentar despertarlo. - ¿Q-Qué ocurre? ¿Algo va mal? ¿Estás bien?- sus palabras suenan casi histéricas y aunque no eleva la voz lo suficiente como para que Charlie la oiga, está segura de que cualquier vampiro que ronde puede oírla con muchísima claridad. Edward debe oír su voz bastante alto.

Esa mirada preocupada o alterada -Audrey no está segura, no termina de comprender los gestos faciales del vampiro- se transforma en cuestión de segundos en algo tierno. Es un sentimiento que Audrey recuerda en los ojos de cualquier amante, en especial la imagen de los ojos de Apolo. Sin embargo, sabe, que la de él es casi especial. Sus dorados ojos parecen desear dejar la salida a unas lágrimas. No pueden dejarlas salir, pero Audrey se convence que de haber podido ella no habría podido evitar tampoco el enjuagarlas con sus propias manos. Leves remordimientos invaden su inerte corazón al recordarse lo que está haciendo. Cierra los ojos y se concentra en mantener sus pensamientos fingidos mientras el simple tacto de la yema de sus dedos eriza su piel. ¿Cómo puede, un vampiro vegano al que en su momento estuvo segura de poder usar a su merced, hacerla poner nerviosa? ¿Es que acaso puede esa mirada destruir la barrera de vampirización y llegar a su corazón humano? Mientras mantiene los ojos cerrados, él sonríe.

Escuchar sus palabras. Sentir su abrazo. Son sentimientos que desde hace mucho tiempo no siente. Llega incluso a pensar que ser tan humana es malo para sus sentimientos. El rubor reluce en sus mejillas ante el juego de palabras. Aunque él lo niege, ella piensa que hay algo que no le está diciendo. Sus manos han quedado atrapadas en su pecho en el abrazo y cuando el se separa para besar su frente, ella apreta con fuerza los ojos. No quiere verlo. Se siente una cruel y horrible usurpadora. Siente que no se lo merece. No quiere abrir los ojos y toparse con la realidad. Pero ahí está Audrey, tal y como se conoce, se empuja a sí misma a recuperar a Isabellita y es entonces cuando abre los ojos para toparse con el rostro de Edward. Tan y tan cerca. Demasiado. Siente su propia respiración golpear contra la marmórea piel de él. El rubor no desaparece de sus humanas mejillas y es entonces cuando él posa sus labios sobre los de Audrey.

Un contacto gélido en comparación con su piel a una temperatura mínima de treinta y seis grados. Electrizante. Mucho ha llovido desde la última vez que alguien besó a Audrey. Demasiado. Siente como él trata de no hacer mucha fuerza. Ella avanza con la mano derecha para tocar su rostro. El frío de su piel puede congelar sus manos. Deposita una caricia con ésta en su mejilla y se acerca más a él para seguirle el beso. Desliza su caricia hasta el cuello de él. Termina el beso. Ha sido muy suave. Como si él tratara de mantenerla a salvo. Como si fuera su mayor tesoro; como el que guarda una pequeña muñeca de porcelana y la admira cual enamorado. ¿Siente tanto Edward? Está segura de que Isabella puede corresponderle. Pasea la lengua por sus labios. Se muerde el inferior mientras mira hacia abajo. Va a recurrir a un tema que Isabella tiene en ascuas en su pequeña existencia. Y que por que no decirlo, le ahorraría muchos problemas. Pegar el cambiazo por una neófita es mucho más facil que secuestrarla o matarla siendo humana y estando bajo la protección de los Cullens. – Edward – vuelve a pronunciar su nombre. Es como si fuera pegajoso; Edward. Edward. Edward. No le mira a los ojos. Conoce -o cree conocer- la baza que usaría Isabella. Lo ocurrido en Volterra era un buen pretexto – Después de lo de Volterra... Yo... Creo que... – suelta el aire de un solo golpe lentamente. – Edward, podríamos tener toda una eternidad. – Levanta entonces la mirada. Trata de descifrarle, pero no es un humano inocente de dieciocho años. Sabe guardar sus sentimientos. Audrey canaliza sus pensamientos en él. En lo que ocurrió en Volterra.